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PONER EL CUERPO, SACAR LA VOZ

Es el cuerpo quien ahora grita en el espacio público mexicano, como otra manera de exigir por los 43 muchachos desaparecidos. Cuerpos que se desnudan ante la mirada de decenas de personas, en medio de la calle y con consignas que acusan al Estado e invitan a continuar la lucha.


Es el mismo cuerpo que el narco mexicano escoge como lienzo para plasmar su obra sangrienta, y que luego expone al resto de la sociedad, lo mismo colgado de un puente que a la orilla de la carretera, en plena luz del día. Decapitados, deslenguados, embolsados, ahorcados, disueltos en ácido… Cuerpos rotos, como se les llama a los muertos de la narcomáquina y le escuché decir en clases a la socióloga Rossana Reguillo.


Esos cuerpos desfigurados son cotidianos en el México actual, principalmente en sus noticieros y en las páginas de sus diarios. Estos otros, los que claman por los normalistas, no. Por eso muchos se alarman y los insultan al descubrirlos en las calles, en los puentes peatonales o en los vagones del metro. No comprenden la verdadera esencia de esa desnudez, y entonces acuden al ataque. “En nuestra sociedad es más alarmante ver un cuerpo desnudo que un cadáver calcinado en las notas de ocho columnas”, expresó a la prensa local uno de los creadores de la iniciativa, el fotógrafo Édgar Olguín.


Se trata del proyecto “Poner el cuerpo: sacar la voz”, que agrupa a cineastas, fotógrafos, actores, comunicólogos, estudiantes… Durante las exhibiciones de los carteles humanos en el espacio público, se captan fotografías que luego son distribuidas a través de internet, exactamente mediante un blog diseñado para ello, porque las redes sociales censuran estos contenidos por asociarlos más que al arte, a la pornografía.

¿Cuál es el propósito? “Corporalizar las consignas en un llamado de atención contundente que nos interpela directamente: soy como tú, eres como yo, somos nosotros en la cotidianidad íntima de la ciudad que estamos redescubriendo por el encuentro de lo común”, escribe en el blog del proyecto una de las participantes, Cristina Híjar.


“De pronto, un cuerpo-cartel, un cuerpo-consigna rompe la rutina y transgrede el espacio urbano en una doble dimensión: en su desnudez y en su acción política. Está solo, como esperando, como invitando a atender su grito y rompe la cotidianidad, sale del lugar de la movilización y aparece sin nada, sólo el cuerpo y la consigna, lo indispensable. Con eso basta”, concluye.


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